DIEZ Y VEINTICUATRO

 

DIEZ Y VEINTICUATRO



            Agarré una cerveza de la nevera, la puse sobre el mármol y paladeé como si fuera por primera vez el cristalino susurro de las burbujas escapándose de la lata. Con unos pasos borrosos y desganados, me aproximé al microondas y saqué la lasaña humeante; el plato estaba ardiendo y lo dejé caer sobre la mesa. Me acerqué a la silla de al lado de la puerta, pero tropecé fatalmente: la cerveza se me cayó de la mano y golpeé con el codo el interruptor, cerrando así la luz. Me levanté del suelo maldiciendo todo lo que se me pasó por la cabeza, estiré la espalda, me palpé el codo verificando que no hubiese herida y encendí de un golpe la luz. En ese momento fue cuando el ruido de la cerveza estallando contra el suelo llegó a mi oído.  Miré rascándome la nuca y con el ceño fruncido el reloj al que le había cambiado las pilas dos días antes: Diez y veinticuatro. Apagué la luz de nuevo y estuve unos dos minutos mirando fijamente el reflejo estático del patio de luces. Entonces volví a encender la luz y miré las manillas del reloj: Diez y veinticuatro.  




Comentarios