SOLEDAD
SOLEDAD
Hacía tiempo que nadie entraba en
casa —de eso estaba seguro—, pero ese cofre del salón… ¿Quién podía haberlo
puesto ahí?, o quizás había estado siempre. El caso es que, desde que lo vi —haría
unos dos meses—, no me había atrevido a abrirlo.
Cada vez que entraba en casa, sentía la presencia de una ausencia fatal: estaba solo. Antes de asomarme por el pasillo, sabía que estaría allí esperándome; podía presentirlo, tanto en un rincón muy interno y oscuro de mí cabeza, como en una especie de aura que gravitaba constantemente mi cuerpo. Y efectivamente, al asomarme por la puerta, ahí estaba.
Me aproximé poco a poco —casi de puntillas— mientras mis ojos saltaban de un lado a otro del salón. Hice ceder los dos seguros que guardaban la virginidad de aquel cofre e hice el gesto de abrirlo, pero una extraña resistencia —no del cofre— me lo impidió. Me forcé a mí mismo y acabé abriéndolo definitivamente.
La luz blanca proveniente del interior del cofre se fundió con el pálido albor de mi rostro dejándome casi ciego por unos instantes: un fantástico tesoro esperando ser descubierto. Conforme miraba dentro, más riquezas veía, y conforme excavaba en su interior, aún más crecían estas. Comprendí que podían crecer hasta el infinito si yo quería.
Cada vez que entraba en casa, sentía la presencia de una ausencia fatal: estaba solo. Antes de asomarme por el pasillo, sabía que estaría allí esperándome; podía presentirlo, tanto en un rincón muy interno y oscuro de mí cabeza, como en una especie de aura que gravitaba constantemente mi cuerpo. Y efectivamente, al asomarme por la puerta, ahí estaba.
Me aproximé poco a poco —casi de puntillas— mientras mis ojos saltaban de un lado a otro del salón. Hice ceder los dos seguros que guardaban la virginidad de aquel cofre e hice el gesto de abrirlo, pero una extraña resistencia —no del cofre— me lo impidió. Me forcé a mí mismo y acabé abriéndolo definitivamente.
La luz blanca proveniente del interior del cofre se fundió con el pálido albor de mi rostro dejándome casi ciego por unos instantes: un fantástico tesoro esperando ser descubierto. Conforme miraba dentro, más riquezas veía, y conforme excavaba en su interior, aún más crecían estas. Comprendí que podían crecer hasta el infinito si yo quería.
Siempre es alentador soñar, especialmente cuando resulta algo agradable, como el relato descripto.
ResponderEliminarShalom desde Israel, colega de la pluma
Muchas gracias. Te mando un saludo a Israel desde Cataluña.
Eliminar